ES EN SERIO...MINISTERIOS?
Luz María Gutiérrez-Olvera, MTS '19
Fecha de publicación: 8 de diciembre de 2020 | For the English version please click here.
La Universidad de Dallas es un lugar único. Al caminar su campus, casi podría decirse
que se siente el suelo vibrar con la posibilidad de atesorar buenos conocimientos
y de lograr una vida correctamente aprovechada. El reto extendido es el de pensar
con seriedad, lo que rápidamente puede convertirse en hábito.
Llegué a la Universidad de Dallas ya bien entrada en la edad adulta y, a veces, mi
experiencia me recuerda un pasaje del Evangelio según San Lucas que narra dos historias
entrelazadas: la sanación de la hija de Jairo y el milagro para la mujer hemorroísa.
El contraste de los personajes me parece fuente de esperanza. Por un lado, vemos cómo
uno de los líderes de la sinagoga se acerca a Jesús con la seguridad que le concede
su estatus social. Jairo no se cuestiona si tiene o no el derecho de hablar cara a
cara con El Maestro y, sin tapujos, le ruega a Cristo que lo ayude. Por otro lado,
nos encontramos con la mujer que no sólo vive aislada debido a su enfermedad, sino
que, de entrada, su sexo ya representaba una desventaja social. No obstante, ella
se escabulle y consigue llegar hasta Jesús, le toca la túnica y le “roba” un milagro.
A primera vista, puede pensarse que comparar a dicha mujer con Jairo es injusto, sin
embargo, Jesús no parece reconocer alguna diferencia y de igual manera, ayuda a ambos.
Así entré a UD, con la audacia de la hemorroísa y quizá con un toque de la seguridad
de Jairo. Inmediatamente me enamoré del lugar, pero, sobre todo, de su gente. Debo
admitir que me sentí intimidada por las capacidades intelectuales, ya que, cualquiera
de mis profesores puede confirmar que estoy lejos de ser una erudita. Aun así, me
topé con gente extraordinaria que reconoció mis talentos individuales, que me empujó
y me guió. Pero hubo algo con lo que batallé a lo largo de mis estudios, ¿cómo reconciliar
mi fe con el mundo académico?
Como parte de mi trabajo de asistente para la facultad de posgrados, en una ocasión
estaba ayudando en el V Encuentro Nacional de Pastoral Hispana donde conocí a una
persona fascinante. No me acuerdo de su nombre, su origen, ni de sus títulos académicos,
pero jamás olvidaré sus palabras. Cuando con entusiasmo le explicaba de lo que se
trataba la Maestría en Estudios Teológicos, mencioné que varios de mis compañeros
de clase eran candidatos al diaconado permanente. Su reacción fue de absoluto asombro
y me dijo: “Ojalá que sepan utilizar su título para bien. No entiendo por qué cuando
las personas reciben su doctorado, normalmente prefieren rodearse de otros doctores
y, de perdida, enseñar a nivel de maestría. De igual modo, los que adquieren una maestría
se inclinan por ser profesores universitarios, pero ¿quién enseña a los de abajo?
¿Por qué los perseguimos para que se entrenen unos a otros? ¡Y de forma voluntaria
para luego quejarnos de lo mal que estamos!”
Un par de años más tarde, una persona allegada me preguntó acerca de mi nuevo trabajo
como parte del personal de la Escuela para los Ministerios. Cuando le expliqué que,
además de ser instructora adjunta, también era gerente de admisiones de educación
continua, se escandalizó por el hecho de que un trabajo de “secretaria glorificada”
requiriera hoy día de una maestría. Ya pasado el shock inicial, me di cuenta de que sus palabras no eran más que una expresión honesta de
su manera de ver al mundo. En seguida, recordé la conversación con mi amigo sin nombre
y entonces pude sonreír a mí misma mientras pensaba: “Sí, usaré mi título para servir
a los demás”.
Finalmente, entendí que, para reconciliar a mi fe con el mundo académico, debía reconocer
que a pesar de lo importante que resulta dominar el vocabulario del teólogo, de poco
le sirve a la persona que no está resuelta a obtener el corazón de un santo. A menos
que nos convirtiéramos en ermitaños contemplativos, nuestro camino a la santidad exige
forzosamente que vivamos en comunidad y que amemos a los demás como Cristo nos ha
amado. Para poder entender correctamente lo que significa el verdadero amor, lo mejor
es practicarlo. ¿Qué no podríamos utilizar la palabra “ministerio” para describir
adecuadamente de lo que se trata el amor al prójimo?