Dejarlos que Tengan un Propósito: Formando la Iglesia Doméstica
By Luz María Gutiérrez-Olvera, MTS '19
Date published: April 17, 2020
La Iglesia nos enseña que para transmitir la fe a nuestros niños, es fundamental alentar
su participación en la vida de la Iglesia. Como madre de cuatro varones, a menudo
me he preguntado lo que esto significa. Claro que mis hijos asisten a la misa dominical
con nosotros cada semana, e incluso uno de ellos ayuda como monaguillo. Pero cuando
mi hijo me confesó que se animó a servir porque la misa “se le va más rápido” porque
puede estar caminando y moviéndose a lo largo de la celebración, no pude evitar la
temida pregunta: "¿Qué tan bien les estamos transmitiendo la fe a nuestros hijos mi
esposo y yo?”
Durante estos tiempos difíciles, tener la oportunidad de permanecer juntos en casa
como familia, suena prometedor. Constantemente recibimos recordatorios de lo valioso
que puede ser este tiempo de cercanía. Nos hemos encontrado con innumerables oportunidades
para hablar de la fe y lo que es verdaderamente importante. Sin embargo, en mi casa
estamos muy lejos de dominar la situación. Con ambos padres intentando trabajar desde
casa y a la vez queriendo ayudar a que los niños aprendan a llevar sus estudios en
línea (sin mencionar el tener que compartir toda computadora, laptop o cualquier otro
dispositivo electrónico), lo único que reinaba era el caos. Además, tuvimos que tomar la difícil decisión de regresar a casa a nuestro hijo
mayor que estaba trabajando como misionero en Luisiana. Sebastián tuvo que renunciar
a varios proyectos que le dejaban una profunda satisfacción, y en dos días pasó de
tener un horario estricto y ordenado, a una rutina diaria de confusión y desorden;
de sentirse útil, a experimentar una aparente "pérdida de propósito".
En poco tiempo me empezó a invadir la angustia al sentirme responsable de todos y
de todo en casa (¡y de estar alimentando constantemente a 5 hombres hambrientos!).
Entonces tuve que reconocer que necesitaba pedir ayuda. Empecé por poner mi confianza
en la ayuda de mi esposo. Lo dejé que delegara algunas cosas a los hijos, ¡y qué bendición
ha sido! Los chicos se interesaron y participaron más voluntariamente de lo que hubiera
anticipado. Uno de mis hijos se dedicó a recordarles a los demás que debían hacerme
sentir valorada. Pero mi parte favorita (una idea inspirada por Dios), fue pedirle
a mi hijo mayor que se hiciera cargo de los estudios en línea de su hermano menor.
Aparte de quitarme un gran peso de encima, me encanta verlos trabajar juntos. Hace
sentido. Entonces me di cuenta de que todo funciona cuando se tiene un propósito, es decir, cuando cada uno tiene responsabilidades específicas con el fin de ayudar
a los demás. Para que un hogar funcione armoniosamente, es imprescindible que cada
quien conozca y cumpla su parte, pero, ¿cuándo fue la última vez que les preguntamos
a nuestros hijos si saben qué es lo que aportan a la familia?
Puesto de otro modo, para poder experimentar el sentido de pertenencia, hay que saber
contribuir. Por ejemplo, cuando nos invitan a algún lugar somos los invitados, es
decir, es de esperar que nuestros anfitriones nos sirvan, lo cual es un honor. A cambio,
nosotros mostramos nuestro agradecimiento utilizando buenos modales y respetando a
nuestros anfitriones y sus costumbres. Pero para incorporarnos a una comunidad, se
nos debe permitir servir, contribuir o ayudar. Sólo de esta manera se forma parte
de un grupo. Así que, si el hogar debe ser la Iglesia doméstica, entonces, debemos
asegurarnos de que nuestros hijos conozcan su rol en la "comunidad". Hay que preguntarse:
¿los niños son invitados o participantes?
Buscando un poco de claridad dentro de todo el caos, me acerqué a mi hijo (el monaguillo)
para pedirle que considerara dos cosas: si estaba sirviendo por las razones correctas,
y, si quería seguir haciéndolo. Con el ceño fruncido y carita triste, inmediatamente
me dijo que no quería dejar de ayudar en la Iglesia. También me dijo que es un privilegio
poder ser "parte de la misa". ¡Y ahí estaba su sentido de pertenencia! Él encontró
su propósito y empieza a valorar el servicio a los demás. Hoy por la noche, cuando
recemos juntos, le vamos a dar gracias a Dios.